Cuenta una vieja leyenda que tras la caída de Tarquinio el Soberbio, séptimo y último rey de Roma, quien gobernó en la ciudad entre el 534 y el 509 a.C, el pueblo arrojó el cuerpo del monarca al río Tíber. Con el paso de los años, la arena y los sedimentos que iba trayendo el río se fueron acumulando alrededor del cadáver, naciendo así la actual Isla Tiberina. Tanto es así que, en sus orígenes, esta isla era presagio de malos augurios y nadie quería poner un pie en ella.
Leyendas aparte, hoy la Isla Tiberina es uno de los aspectos más llamativos del Tíber a su paso por Roma. Apenas tiene 270 metros de longitud y casi 70 de ancho, pero es famosa porque en su momento albergó el Templo de Esculapio, dios griego de la medicina. Solo tras la construcción de este templo los romanos comenzaron a llegar a la isla. Si estáis buscando vuestra oferta de vuelos a Roma, apuntad este lugar como uno de los más curiosos de la ciudad.
Actualmente es fácilmente reconocible por el hospital religioso de los Hermanos de San Juan de Dios que la ocupa. También veremos en ella la Iglesia de San Bartolomeo, construida en el siglo X sobre las ruinas del antiguo Templo de Esculapio. Aunque muchos puedan pensar lo contrario, la imagen de la Isla Tiberina es una de las más buscadas por su belleza pintoresca.
A pesar de sus orígenes oscuros (se desterraban a ella los criminales más peligrosos) hoy la Isla Tiberina es un magnífico lugar para pasar la noche en verano. En sus orillas encontramos bares, restaurantes, un pequeño mercado y hasta un cine al aire libre. Solo tenéis que atravesar el Puente Fabricio que la une con el barrio judío para llegar. Este puente, curiosamente, es, después del Puente Milvio, el más antiguo de Roma, ya que data del año 62 a.C.
Un lugar que muchos romanos aprovechan cuando hace sol y tienen tiempo libre. A falta de playa, tumbarse junto a la orilla es una buena alternativa para coger colorcito en la capital italiana…
Foto Vía Rome Guide